jueves, 2 de abril de 2015

| necesidad de indefinición |





Cuando veo la foto de solapa de la última novela de Yasmina Reza, pienso que me gusta su aire intelectual, me parece seductor, tal vez irresistible. Del mismo modo que alguna vez lo vi en Matilde Sánchez, a quién hace unos años le perdí el rastro, y también tenía algo indefinible pero que se medía con la lucidez literaria y que, de alguna forma, dejaba traslucir una voluntad erótica complicada pero magnética.

El otro día veía unas fotos de Milena Busquets, en una entrevista. No da intelectual, parece un manojo de sensaciones agrupadas que hablan todas distintos idiomas, se me presenta como una mujer intensamente emocional, que apenas logra gobernarse de tanto en tanto y con gran esfuerzo.

Pero también hay algo en el abandono casual de las hippies. El otro día yo leía incómodamente una novela en el 65, viajaba parado. Una chica rubia, de pelo enmarañado y look demasiado casual para estar muy pensado, me ofreció su asiento. Le dije que no hacía falta. Me insistió, me dijo que tenía que ser muy incómodo leer así y que ya se bajaba. Se levantó, dando por terminado el tema. Me senté. No pude dejar de notar que pasaron 15 minutos por lo menos antes de que bajara. Pero ella no se hizo problema, se acurrucó en los escalones de la puerta trasera, y dejaba pasar a los que bajaban. Me pareció un acto radical dentro del famoso tema de la igualdad de género.

Nunca me gustaron las reinas, las que acaparan la atención de todos y se sienten muy cómodas siendo el centro de atención. No me molestan, simplemente me aburren. Por el contrario, siempre termino mirando a alguna que está en segundo plano, más callada, que toma protagonismo sólo si la situación lo amerita, pero que no necesita hacerlo. Me gustan las mujeres con ideología que no tienen el detector ideológico prendido las 24 horas.

No me gustan particularmente las chicas muy prácticas, aunque reconozco que he aprendido a apreciarlas. Digamos que no son las que me llaman la atención, porque lo que me suele interesar tiene que ver con algo completamente inútil: mujeres que miran el mundo con un pie en la tierra y el otro dentro de sus cabezas, con imaginación fértil y vuelo nunca previsible. Me gustan las que pelean por ser ordenadas pero no pueden evitar el caos, como me suele pasar a mí.

Me gustan contradictorias, porque eso indica que su pensamiento está vivo. Me gustan con carácter fuerte. Pero también me gustan las más reflexivas. En cada una encuentro un encanto diferente. Me gustan las que tienen un bagaje cultural impresionante y de las que siento que aprendo con cada charla, pero también me gustan las que no cuantifican lo que conocen ni tienen necesidad de hacer gala de sus conocimientos. Me gustan las que en vez de estudiar al mundo en libros pasaron más tiempo estudiando sus propias percepciones de las cosas.

Y supongo que esta indefinición es inevitable. Yo no soy un hippie, pero me dicen que tengo algunos rasgos invariablemente hippones. Definitivamente, no soy un intelectual, aunque a veces se me ocurre alguna idea inteligente sobre algo. Tengo carácter fuerte, pero no necesito ejercerlo todo el tiempo, y me gusta más estar en segundo plano que ser centro de atención, aunque a veces necesito tomar la posta si una charla o evento me despierta la necesidad de hacerlo. No creo tener un gran bagaje cultural como lo tienen algunos amigos míos. Pero sé de cine, y tal vez de música. Pero nunca me importó cuantificarlo. Siempre me sorprende que otros recuerden algún dato o definición que yo pueda haber dado sobre cualquier cosa. Hace ya mucho que no me interesa ganar discusiones, me interesa más intentar llevarme algo nuevo en el debate de ideas. Y yo también vivo con un pie en la tierra y otro en un mundo que solo existe en mi cabeza, y voy y vengo constantemente de uno a otro, y a veces confundo cual es cual. Cultivo el arte de la contradicción con total naturalidad.

Creo que por eso, el otro día pensaba que no tenían mucho en común la mayoría de las mujeres con las que tuve una relación importante. Ni siquiera se parecen físicamente. Pero si es que ni yo tampoco tengo tanto en común conmigo mismo. ¿Cómo podría ser de otra manera?


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