miércoles, 6 de agosto de 2014

| joke's on me |




Cuando escribí Boutade estaba en un momento de absoluta inmersión. Escribía contra mi novela anterior, Mundo Porno. El elemento autobiográfico de MP me había llegado a hartar, era casi imposible mantener una charla con alguien que hubiera leído ese libro que no cayera en la pregunta ¿pero cuánto de esto que se cuenta fue realmente así?
Así que Boutade nació de la necesidad de destrozar desde adentro la Literatura del Yo. Crear un narrador fácilmente identificable con el autor (como sucede en esta rama tan en boga) y vaciarlo de sentido personal, para rellenarlo luego de muchas cosas: escenas que veía en la calle, sugerencias de comerciales de TV, referencias literarias, situaciones de terceros, y sí, algunas experiencias personales remixadas, entramadas con las de otros.
Y estaba seguro de que este experimento iba a ser muy mal recibido. Mis amigos escritores más cercanos me escucharon decir que si gustaba apenas a uno de cada tres lectores ya iba a ser un logro porque es un libro que hace mucho por molestar a la persona del otro lado de la página.


Y después pasó lo inesperado. Empezó a ser leído con mucho agrado incluso entusiasmo por gente que provenía de diferentes ámbitos. Gente que oscilaba entre el elogio hiperbólico —supongo que no es casualidad que muchos de los más entusiastas estuvieran pasando por situaciones de crisis de pareja— y el extrañamiento ante un tipo de libro que veían como una apuesta diferente, una búsqueda en algún punto exótica (al menos en el marco de la narrativa joven argentina actual).
A un año de publicado, en las últimas semanas me han llegado varios emails de gente que recién descubre Boutade. Cuando abro esos mails y enfrento las palabras todavía tengo cierta sensación de irrealidad. Una especie de esto no puede haber salido bien; supongo que me preparé tanto para que saliera mal que nunca contemplé realmente la posibilidad del opuesto.

De estos últimos emails, y manteniendo el anonimato que le debo a sus autores, me permito citar algunas líneas a modo de celebración conmigo mismo —y con todos esos lectores impensados que encontraron en Boutade un espejo roto, una grieta literaria:

«Las frases, la música (aunque no te seguí con las recomendaciones strictu sensu) y por supuesto, algunas cosas me llegaron muy hondo, tal vez porque yo estoy en crisis y esta novela habla de crisis y de cambio, de RevoluciónAria —bueno, de eso no por suerte—. (…) soy malo para las críticas así que solo te diré que me encantó, me cagué de risa y me dejó pensando muchísimo...»

«(…) cuando tira aforismo, esa intención de que uno pueda subrayar frases. Excelente que un personaje se llame "El hombre que sabe que no va a morir un martes". Eso tiene de interesante Boutade, se anima un poco más a algo más perverso.»

«Hace tres días terminé de leer Boutade. Todavía tengo las imágenes presentes, me encanta cuando un libro me provoca eso, pasan los días y sigo pensando en él. Este libro me ocasionó risas, tristezas, nostalgia y otras cosas. Me encontré en varios pasajes, algunos cómicos otros no tanto, pero todo el recorrido fue impecable. No soy crítica por supuesto, soy tan solo una simple lectora que quedó encantada con esta genialidad literaria. Tendré que conseguir otras obras suyas.»

Gracias, más de lo que puedo decir, desde ese lugar que será siempre el otro lado de la página.


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lunes, 4 de agosto de 2014

| übercotidianidad |



Primero está lo de siempre. Las caminatas, el trabajo, las noticias, el ruido blanco. 

Pero a veces, después, también diviso a lo lejos una figura entre las sombras. Tal vez ya me la crucé en una estación anterior, quizás la vi de reojo en un descampado, o no, quizás sea una penumbra diferente. Sin saberes ni garantías, existe la posibilidad de que ya estemos compartiendo un prólogo: este tramo previo al encuentro.

Hablo de una estación que está siempre un poco más allá de lo tangible y cotidiano. Una übercotidianidad. Hablo de alguien con quién alternar el volante, la frazada y el asiento de acompañante. Dormir por turnos. Tomar café tibio sin necesidad de palabras, con la radio suave y las ojeras al mango. Cantar canciones viejas y olvidadas, y desafinar con garra y alevosía.
Alguien con quien compartir el deleite por un sonido, por los atardeceres pálidos y el espacio frenético que conforma el aire entre dos miradas.
Alguien con quien engañar al universo durante veinte segundos, a ver si detiene la producción continua de realidad y un psicotrópico cósmico toma las riendas de la noche.


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