miércoles, 10 de junio de 2015

| paula |




1. El buchón del Facebook me avisó hace poco que “nos hicimos amigos” el 23 de mayo de 2010. Ese fue el día en que se emitió el último episodio de Lost, mi serie de cabecera, y mucho más también: era un mundo que revisitaba una y otra vez, con situaciones y personajes que eran como una segunda vida a la que podía acceder de a ratos, una ventana a una vida paralela justo cuando mi relación de pareja se estaba desmoronando. Yo vivía en una ciudad que no era la mía, en una casa de a dos en la que ya no sumábamos, y alejado de todos mis afectos naturales. Para los que gustan hablar peste de los medios virtuales: los medios virtuales fueron mi contacto con esa gente cuando los tenía lejos. Doy fe de que la virtualidad no va en desmedro de la relevancia de los vínculos.

2. Había conocido a Paula un tiempo antes, en un taller literario. Tuve algún intercambio en las pocas clases que compartimos, sobre todo porque en ese entonces yo tenía todas las antenas apuntando a posibles escritores noveles —mi situación—, y ella había escrito un relato para el taller que era bastante promisorio —cosa que ella jamás admitirá—. Al poco tiempo dejó de venir y no sé muy bien cómo, terminé ofreciéndole amistad en Facebook justo en ese día gris en el que terminaba Lost.

3. Como me pasa habitualmente, me relaciono superficialmente con mucha gente y luego me olvido en la mayoría de los casos, salvo que eso pase a algún plano más profundo. Con Paula ocurrió algo curioso: ella empezó a leer un blog que yo llevaba por entonces, en el que posteaba muchas reflexiones sobre las relaciones, el modo de conjeturarnos a nosotros mismos y al otro, etc. De alguna forma, estos textos que surgían de mi propia experiencia de separación, encontraron un eco en el momento que ella estaba pasando, un prólogo a otra ruptura. Nos seguíamos los pasos, de alguna manera.

4. Creo que por entonces nos escribimos algunos mails, contándonos mejor nuestras respectivas situaciones. No nos conocíamos, y esa situación de perfectos extraños que vivían una situación parecida fue construyendo una especie de puente sobre nuestras propias tristezas privadas.

5. Después aparecieron las publicaciones. Para hacer corto un recorrido que es bastante largo, supongo que el interés que tenía por mi blog llevó a Paula a leerme, pero lo completamente inesperado es que con el tiempo se volvió algo así como la archivista no oficial de lo que escribo: es la persona que recuerda mejor que yo las cosas que he escrito. Cada tanto, en alguna charla grupal (porque pasamos a integrar un mismo grupo de amigos), yo suelto una opinión sobre algún tema, y Paula añade: «Sí, eso lo dijiste en tal texto (o posteo de blog)». Y yo me quedo anonadado antes su retención de esos discursos fragmentarios, de mis ideas maleables. Creo que es, junto a Ramiro Sanchiz y Ana Chaparro, la única persona que ha leído absolutamente todo lo que he publicado.

6. Durante lo que fue mi retorno a Capital (esperado, caótico), se ofreció a alojar a mi perro —el inoxidable Poli— en su casa. Hablamos de alguien que no tiene mascotas y tenía que alterar toda su dinámica cotidiana. Lo tuvo una temporada entera. Al principio yo lo visitaba seguido, después cambié de trabajo por uno más absorbente y lo visitaba de manera más espaciada: sabía que estaba en buenas manos, podía quedarme tranquilo. (Un detalle no menor: el día en que le dejé al Poli, Paula me dio una copia de las llaves de su departamento. No hay mucha gente que confíe de ese modo en otra persona. Es algo que me pareció un gesto enorme en ese momento y más todavía mirado a la distancia).

7. Lo curioso es que mi amistad con Paula era una de esas completamente improbables. Nos cruzamos un par de clases en un taller, si no hubiera sido por eso, jamás nos hubiéramos visto, calculo (dato curioso: sus padres le vendieron unos 30 años atrás a mi tía el departamento en el que todavía vive, cosa que yo no sabía y me enteré atando cabos con Paula, por lo que hay cierta sensación de que las cosas tenían que darse así, aunque esto pueda ser puro azar). Tres años después de ese encuentro, viajábamos en grupo a Montevideo a conocer a la hija recién nacida de un amigo en común. En ese viaje también aprendí a entender su susceptibilidad ante algunas cosas. Creo que alguna vez ya se ofendió mucho conmigo y yo con ella, pero el vínculo se fortaleció después, porque también esos choques son un modo de conocer mejor al otro.

Hoy en día, es además la novia de mi socio en el emprendimiento editorial que vengo manejando. Van juntos a distribuir el libro que publicamos recientemente y luego me mandan la foto de su recorrido, y yo me alegro por los libros, por mí, pero también por ellos, y por ella: porque hay algo que yo puedo identificar en la vitalidad de su mirada en esas fotos, y eso es todo lo que podemos pedir: vivir con cierta intensidad el momento, que no se repite. 

Cuando me anoté en aquél taller literario, pensaba que iba a sacar algo bueno de la experiencia. No me equivocaba entonces.


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