1. El buchón del
Facebook me avisó hace poco que “nos hicimos amigos” el 23 de mayo de 2010. Ese
fue el día en que se emitió el último episodio de Lost, mi serie de cabecera, y mucho más también: era un mundo que revisitaba
una y otra vez, con situaciones y personajes que eran como una segunda vida a
la que podía acceder de a ratos, una ventana a una vida paralela justo cuando
mi relación de pareja se estaba desmoronando. Yo vivía en una ciudad que no era
la mía, en una casa de a dos en la que ya no sumábamos, y alejado de todos mis
afectos naturales. Para los que gustan hablar peste de los medios virtuales:
los medios virtuales fueron mi contacto con esa gente cuando los tenía lejos.
Doy fe de que la virtualidad no va en desmedro de la relevancia de los
vínculos.
2. Había
conocido a Paula un tiempo antes, en un taller literario. Tuve algún
intercambio en las pocas clases que compartimos, sobre todo porque en ese
entonces yo tenía todas las antenas apuntando a posibles escritores noveles —mi
situación—, y ella había escrito un relato para el taller que era bastante
promisorio —cosa que ella jamás admitirá—. Al poco tiempo dejó de venir y no sé
muy bien cómo, terminé ofreciéndole amistad en Facebook justo en ese día gris en
el que terminaba Lost.
3. Como me pasa
habitualmente, me relaciono superficialmente con mucha gente y luego me olvido
en la mayoría de los casos, salvo que eso pase a algún plano más profundo. Con
Paula ocurrió algo curioso: ella empezó a leer un blog que yo llevaba por
entonces, en el que posteaba muchas reflexiones sobre las relaciones, el modo
de conjeturarnos a nosotros mismos y al otro, etc. De alguna forma, estos
textos que surgían de mi propia experiencia de separación, encontraron un eco
en el momento que ella estaba pasando, un prólogo a otra ruptura. Nos seguíamos
los pasos, de alguna manera.
4. Creo que por
entonces nos escribimos algunos mails, contándonos mejor nuestras respectivas
situaciones. No nos conocíamos, y esa situación de perfectos extraños que vivían
una situación parecida fue construyendo una especie de puente sobre nuestras
propias tristezas privadas.
5. Después
aparecieron las publicaciones. Para hacer corto un recorrido que es bastante
largo, supongo que el interés que tenía por mi blog llevó a Paula a leerme,
pero lo completamente inesperado es que con el tiempo se volvió algo así como
la archivista no oficial de lo que escribo: es la persona que recuerda mejor
que yo las cosas que he escrito. Cada tanto, en alguna charla grupal (porque
pasamos a integrar un mismo grupo de amigos), yo suelto una opinión sobre algún
tema, y Paula añade: «Sí, eso lo dijiste en tal
texto (o posteo de blog)». Y yo me quedo anonadado antes su retención de esos
discursos fragmentarios, de mis ideas maleables. Creo que es, junto a Ramiro
Sanchiz y Ana Chaparro, la única persona que ha leído absolutamente todo lo que
he publicado.
6. Durante lo
que fue mi retorno a Capital (esperado, caótico), se ofreció a alojar a mi
perro —el inoxidable Poli— en su casa. Hablamos de alguien que no tiene
mascotas y tenía que alterar toda su dinámica cotidiana. Lo tuvo una temporada
entera. Al principio yo lo visitaba seguido, después cambié de trabajo por uno
más absorbente y lo visitaba de manera más espaciada: sabía que estaba en
buenas manos, podía quedarme tranquilo. (Un detalle no menor: el día en que le
dejé al Poli, Paula me dio una copia de las llaves de su departamento. No hay
mucha gente que confíe de ese modo en otra persona. Es algo que me pareció un
gesto enorme en ese momento y más todavía mirado a la distancia).
7. Lo curioso es
que mi amistad con Paula era una de esas completamente improbables. Nos
cruzamos un par de clases en un taller, si no hubiera sido por eso, jamás nos
hubiéramos visto, calculo (dato curioso: sus padres le vendieron unos 30 años
atrás a mi tía el departamento en el que todavía vive, cosa que yo no sabía y
me enteré atando cabos con Paula, por lo que hay cierta sensación de que las
cosas tenían que darse así, aunque esto pueda ser puro azar). Tres años después
de ese encuentro, viajábamos en grupo a Montevideo a conocer a la hija recién
nacida de un amigo en común. En ese viaje también aprendí a entender su
susceptibilidad ante algunas cosas. Creo que alguna vez ya se ofendió mucho
conmigo y yo con ella, pero el vínculo se fortaleció después, porque también
esos choques son un modo de conocer mejor al otro.
Hoy en día, es
además la novia de mi socio en el emprendimiento editorial que vengo manejando.
Van juntos a distribuir el libro que publicamos recientemente y luego me mandan
la foto de su recorrido, y yo me alegro por los libros, por mí, pero también
por ellos, y por ella: porque hay algo que yo puedo identificar en la vitalidad
de su mirada en esas fotos, y eso es todo lo que podemos pedir: vivir con
cierta intensidad el momento, que no se repite.
Cuando me anoté en aquél taller literario, pensaba que iba a sacar algo bueno de la experiencia. No me equivocaba entonces.
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Gracias por compartirla. A través de tus letras los personajes se vuelven entrañables. Y Paulita es un ser inolvidable, por ese don que le dieron las hadas al nacer. Saludos cordilleranos.
ResponderEliminarOh! El retorno de Dibujo de tiza!!
EliminarMe alegra si transmite eso, uno nunca siente que le haga justicia a nada con sus puñados de palabras arrebatadas, pero si algo dice, entonces no está tan mal.
Saludos cosmopolitas.