viernes, 28 de agosto de 2015

| your everyday sith |


 

Mezclar verdades, medias verdades y mentiras, ese es el método del Sith, dice Yoda en algún momento de la saga de Star Wars. El verdadero manipulador, por básico que pueda ser, se maneja con este método, porque está claro que quien miente sin ningún apego a un verosímil es rápidamente visto como mitómano y allí queda cualquier credibilidad que pudiera haber tenido.

No, el Sith sabe mezclar verdades, medias verdades (verdades trastocadas, mitificadas, ampliadas, distorsionadas) y mentiras. Por eso consigue resultar, al menos temporalmente, creíble. En Star Wars, Palpatine es un maestro manipulador que va llevando a Anakin Skywalker hacia el lado oscuro con estos métodos. No se trata de un poder milagroso, no ejerce una influencia sobrenatural. La conversión de Anakin es perfectamente viable en nuestro mundo sin sables laser ni Estrellas de la Muerte. Lo primero que hace Palpatine es señalar la mentira como el arma del enemigo: ellos, los Jedis, son los que han tejido una serie de patrañas, ellos son los que quieren manipularte, yo sólo soy el mensajero que tiene la desafortunada misión de abrirte los ojos.

(Incluso se transforma en un logro a nivel social. Ejercitando ese entramado hasta el límite consigue que una sociedad democrática entera acepte convertirse en un imperio regulado con guante de hierro.)

*

Cuando yo era chico, como casi todos, quería ser Han Solo. Porque es carismático, porque se queda con la chica, porque es una especie de rufián de buenos sentimientos. Cuando se filmaron las precuelas, me di cuenta que el personaje que más me gustaba era el de Obi-Wan Kenobi, centrado, perceptivo, también carismático, y un tipo que sabía cuándo guardar silencio. Porque a veces es mejor quedarse callado y soportar la injuria y el arrebato, pero nunca caer en el acto barriobajero. Esa es su ética hasta la vejez, tan propia como noble. A mí siempre me gustó más la idea de una ética propia que la de establecer códigos. Yo no tengo códigos, códigos tienen los mafiosos, que se marcan territorios y hacen acuerdos por debajo de la mesa. Códigos que implican yo no voy a hablar si vos no hablás. Tampoco creo en la moral religiosa ni los valores más tradicionales, ni en el respeto absoluto por una ley que está diseñada para aplastar al más débil en función de garantizar la perpetuidad del más fuerte. Pero tengo mi ética, una serie de valores que no son negociables y que son indistinguibles de mi propia mirada sobre el mundo. Yo no voy a hablar incluso aunque vos hables, porque tu conducta no determina la mía.

Cuando se estrenaron las precuelas, recuerdo la charla con una fan de Darth Vader, que se emocionaba con el arco que concluye en la redención final del personaje en El regreso del Jedi. Comparto, es un final emotivo, trágico, poderoso. Pero eso no quita que en su caída al lado oscuro, entre otras tantas cosas, el muñeco se masacró a bruta cantidad de gente, entre ellos un grupo de infantes aprendices. Chicos, muertos por su propia mano.

De algunas cosas no se vuelve. De la mentira y la manipulación a conciencia, del crimen contra la inocencia de quien es más vulnerable, más ingenuo o más confiado.

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¿Y cuál es el legado de aquel que construye poder dividiendo y despedazando a los demás? ¿Qué le queda, una vez lanzada toda su furia, utilizadas todas sus armas? Tal vez la gloria de mirar por siempre el paisaje que sus agudos ataques terminaron por convertir en ruinas. Reinar sobre cenizas es reinar, sí, pero en las cenizas tampoco hay vida. 

Sí, a mí dame un Obi-Wan atravezado por un sable injusto y furioso. Es en esas frecuencias donde resuena mi universo.


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