martes, 8 de septiembre de 2015

| ramiro |






1. La gente desconfía de mis elogios a la literatura de Ramiro. Piensan que probablemente sea producto de la amistad que nos une, cuando, en rigor, es exactamente al revés: me hice amigo de Ramiro después de leerlo. Primero sus cuentos, luego su ya lejana Perséfone. Vía mail, y sin proponérmelo, empezamos a intercambiar opiniones literarias, luego teorías sobre Lost (estaba en su tramo final), y finalmente, lo que sea que hablan dos personas que se hacer amigos, es decir: nada particularmente importante, y a la vez, todo lo esencial.

2. El mundo te ofrece amistades todo el tiempo, más de las que yo soy capaz de mantener simultáneamente, pero existen aquellos amigos que además son compañeros de aventuras, los que siempre quieren arriesgar, los que tienen voracidad por hacer. Con Ramiro a bordo fundé una pequeña editorial en 2010, por entonces con el único objetivo de ver si la gesta era posible. Yo hice el trabajo de campo y aprendí a usar los programas de maquetación, mientras que él me cedió su nouvelle Nadie recuerda a Mlejnas, hoy una especie de pequeño clásico de culto. Cuando el libro anduvo mejor de lo que esperábamos, arreglamos el contrato. Es el único caso que conozco de un editor (yo) que insistía en pagarle a un escritor (él) que insistía en no cobrar.

3. Por alguna extraña razón, nunca estamos bien económicamente los dos al mismo tiempo. Cuando uno está ajustado, el otro anda más suelto. Esto llevó a que naturalmente se diera una camaradería que nunca necesitó explicaciones ni libretas con debe y haber. Yo todavía recuerdo con muchísimo cariño el día en que me llevó a un Musimundo, cuando yo no tenía un peso, para que buscáramos la reedición de In Utero que me quería regalar.
Generalmente, los amigos que tienen buenos gestos con el dinero, se manejan de un modo en el que, incluso si nadie lo menciona, el tema está presente: está muy claro que hay alguien que paga y otro que la está sacando de arriba. Con Ramiro siempre fue diferente: era claro que el dinero era una circunstancia ajena y circunstancial y lo transcendental era seguir charlando de lo que realmente importaba: música, literatura, cine, filosofía y ciencia.

4. Creo que nunca me peleé con alguien de un modo tan sano como con Ramiro. Recuerdo que el año pasado, no sé a raíz de qué disputa pavota, tuvimos un intercambio por inbox con escalada bélica de 1 a 100 en cuestión de minutos. Supongo que ambos teníamos un mal día. Cayeron insultos a granel (quien conoce a ambos, puede imaginar que los de él estaban rodeados de inmensos párrafos explicativos, mientras que los míos era directos y puntuales). Las peleas nobles con un amigo son así, y se basan en el insulto, porque el insulto es genérico, no se dirige al punto débil del otro. La cuestión es que media hora después, nos reíamos los dos de la estupidez de todo el asunto. 

5. Tenemos un sentido del humor parecido, con buena base en el juego de palabras. En el caso de Ramiro, la velocidad de asociación es incluso peligrosa, ya que tiene la ocurrencia (y la dice a viva voz) unos 4-5 segundos antes de contemplar el contexto. Así es como se las arregla para quedar mal con mucha gente que apenas lo conoce. Y aunque yo tengo más filtros, entiendo lo que sucede en su cabeza: la chispa de la invención humorística, del choque de dos ideas hasta entonces completamente ajenas la una a la otra, es tan poderoso que necesita ser compartido, y ese impulso es inmediato. Por suerte no se dedicó a la diplomacia.

6. Yo nunca tuve hijos, ni estuve cerca. Pero recuerdo el día en que nació Amapola. La noticia me llegó al celular mientras yo esperaba el colectivo en una parada de la Avenidad 44, en La Plata. Había estado dando taller hasta un rato antes. No era un momento particularmente bueno en mi vida, pero recuerdo la inmensa felicidad que me invadió al enterarme. Por días, el mundo parecía un lugar más amable. Después de eso, empezó la planificación de un viaje para conocer a la que es, desde entonces, mi “sobrinita vocacional”.

7. Cuando alguna vez circularon rumores extraños sobre mí, sus palabra fueron: «Yo soy amigo tuyo, lo que digan los demás es cosa de ellos». Y ahí quedó el tema, sin necesidad de explicar más nada.

8. Y nos une una especie de fascinación por lo maravilloso, por cualquier cosa que dispare los sentidos y la imaginación por fuera de lo cotidiano. Y nos pasamos la vida intentando explicar algunas percepciones que por naturaleza son casi imposibles de trasladar a la palabra. Pero el intento es la empresa, y esa pulseada le da un sentido ulterior a la existencia.

9. Y por Zeppelin, Floyd, Muse, Pearl Jam, los Doors, y las guitarras, y Lethem, y Levrero, y Joyce, y Chabon, y Kubrick, y Tarkovski, y Les Luthiers, y True Detective, y The Leftovers, y Game Of Thrones. Y porque ambos entendemos que el final de Lost es genial, y llevamos años teniendo que ajusticiar pelmazos.



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