lunes, 4 de agosto de 2014

| übercotidianidad |



Primero está lo de siempre. Las caminatas, el trabajo, las noticias, el ruido blanco. 

Pero a veces, después, también diviso a lo lejos una figura entre las sombras. Tal vez ya me la crucé en una estación anterior, quizás la vi de reojo en un descampado, o no, quizás sea una penumbra diferente. Sin saberes ni garantías, existe la posibilidad de que ya estemos compartiendo un prólogo: este tramo previo al encuentro.

Hablo de una estación que está siempre un poco más allá de lo tangible y cotidiano. Una übercotidianidad. Hablo de alguien con quién alternar el volante, la frazada y el asiento de acompañante. Dormir por turnos. Tomar café tibio sin necesidad de palabras, con la radio suave y las ojeras al mango. Cantar canciones viejas y olvidadas, y desafinar con garra y alevosía.
Alguien con quien compartir el deleite por un sonido, por los atardeceres pálidos y el espacio frenético que conforma el aire entre dos miradas.
Alguien con quien engañar al universo durante veinte segundos, a ver si detiene la producción continua de realidad y un psicotrópico cósmico toma las riendas de la noche.


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