1. La gente desconfía de mis
elogios a la literatura de Ramiro. Piensan que probablemente sea producto de la
amistad que nos une, cuando, en rigor, es exactamente al revés: me hice amigo
de Ramiro después de leerlo. Primero sus cuentos, luego su ya lejana Perséfone. Vía mail, y sin proponérmelo,
empezamos a intercambiar opiniones literarias, luego teorías sobre Lost (estaba en su tramo final), y
finalmente, lo que sea que hablan dos personas que se hacer amigos, es decir:
nada particularmente importante, y a la vez, todo lo esencial.
2. El mundo te ofrece amistades
todo el tiempo, más de las que yo soy capaz de mantener simultáneamente, pero
existen aquellos amigos que además son compañeros de aventuras, los que siempre
quieren arriesgar, los que tienen voracidad por hacer. Con Ramiro a bordo fundé
una pequeña editorial en 2010, por entonces con el único objetivo de ver si la
gesta era posible. Yo hice el trabajo de campo y aprendí a usar los programas
de maquetación, mientras que él me cedió su nouvelle Nadie recuerda a Mlejnas, hoy una especie de pequeño clásico de
culto. Cuando el libro anduvo mejor de lo que esperábamos, arreglamos el
contrato. Es el único caso que conozco de un editor (yo) que insistía en
pagarle a un escritor (él) que insistía en no cobrar.
3. Por alguna extraña razón,
nunca estamos bien económicamente los dos al mismo tiempo. Cuando uno está
ajustado, el otro anda más suelto. Esto llevó a que naturalmente se diera una
camaradería que nunca necesitó explicaciones ni libretas con debe y haber. Yo
todavía recuerdo con muchísimo cariño el día en que me llevó a un Musimundo, cuando
yo no tenía un peso, para que buscáramos la reedición de In Utero que me quería regalar.
Generalmente, los amigos que
tienen buenos gestos con el dinero, se manejan de un modo en el que, incluso si
nadie lo menciona, el tema está presente: está muy claro que hay alguien que
paga y otro que la está sacando de arriba. Con Ramiro siempre fue diferente:
era claro que el dinero era una circunstancia ajena y circunstancial y lo transcendental
era seguir charlando de lo que realmente importaba: música, literatura, cine,
filosofía y ciencia.
4. Creo que nunca me peleé con
alguien de un modo tan sano como con Ramiro. Recuerdo que el año pasado, no sé
a raíz de qué disputa pavota, tuvimos un intercambio por inbox con escalada bélica
de 1 a 100 en cuestión de minutos. Supongo que ambos teníamos un mal día. Cayeron
insultos a granel (quien conoce a ambos, puede imaginar que los de él estaban
rodeados de inmensos párrafos explicativos, mientras que los míos era directos
y puntuales). Las peleas nobles con un amigo son así, y se basan en el insulto,
porque el insulto es genérico, no se dirige al punto débil del otro. La
cuestión es que media hora después, nos reíamos los dos de la estupidez de todo
el asunto.
5. Tenemos un sentido del humor
parecido, con buena base en el juego de palabras. En el caso de Ramiro, la
velocidad de asociación es incluso peligrosa, ya que tiene la ocurrencia (y la
dice a viva voz) unos 4-5 segundos antes de contemplar el contexto. Así es como
se las arregla para quedar mal con mucha gente que apenas lo conoce. Y aunque
yo tengo más filtros, entiendo lo que sucede en su cabeza: la chispa de la
invención humorística, del choque de dos ideas hasta entonces completamente ajenas
la una a la otra, es tan poderoso que necesita ser compartido, y ese impulso es
inmediato. Por suerte no se dedicó a la diplomacia.
6. Yo nunca tuve hijos, ni estuve
cerca. Pero recuerdo el día en que nació Amapola. La noticia me llegó al
celular mientras yo esperaba el colectivo en una parada de la Avenidad 44, en
La Plata. Había estado dando taller hasta un rato antes. No era un momento
particularmente bueno en mi vida, pero recuerdo la inmensa felicidad que me
invadió al enterarme. Por días, el mundo parecía un lugar más amable. Después
de eso, empezó la planificación de un viaje para conocer a la que es, desde
entonces, mi “sobrinita vocacional”.
7. Cuando alguna vez circularon
rumores extraños sobre mí, sus palabra fueron: «Yo soy amigo tuyo, lo que digan
los demás es cosa de ellos». Y ahí quedó el tema, sin necesidad de explicar más
nada.
8. Y nos une una especie de
fascinación por lo maravilloso, por cualquier cosa que dispare los sentidos y
la imaginación por fuera de lo cotidiano. Y nos pasamos la vida intentando
explicar algunas percepciones que por naturaleza son casi imposibles de
trasladar a la palabra. Pero el intento es la empresa, y esa pulseada le da un
sentido ulterior a la existencia.
9. Y por Zeppelin, Floyd, Muse,
Pearl Jam, los Doors, y las guitarras, y Lethem, y Levrero, y Joyce, y Chabon,
y Kubrick, y Tarkovski, y Les Luthiers, y True
Detective, y The Leftovers, y Game Of Thrones. Y porque ambos
entendemos que el final de Lost es
genial, y llevamos años teniendo que ajusticiar pelmazos.
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