Rise. You can't be
neutral on a moving train.
—Pearl Jam
Estos no son —necesariamente— mis
amigos; es decir, algunos lo son, con algunos de ellos hemos compartido
cervezas y lecturas y aventuras y risas y, por qué no, algún golpe. Es decir,
amigos, o conocidos, esta es la gente con la que hicimos la verdadera democracia: compartimos charlas en una
pizzería, o en un auto, o por teléfono, o mientras esperábamos una lectura; gente
con la que nos pasábamos noticias y datos, y aliento de muro a muro, exponiendo
ideas e intentando aclarar lo que ciertos medios embarran. Es decir, algunos no
son mis amigos, pero también lo son en cierto modo, porque es gente que entendió
que en esta elección más que nunca no
se podía permanecer al margen.
Pero más que nada, es la gente
—al menos, la gente con la que yo tuve contacto seguido— que nunca tuvo miedo
de decir Acá estoy yo, este soy yo, esto
es lo que pienso, este es el país que quiero, este es el gobierno que elijo, y
estas son mis razones.
Podemos compartir el todo, a
veces sólo una parte. Pero ellos entendían que cuando hay tanto en juego, la
especulación es propia de los arribistas (que no son los que votaron al Otro,
eh —quisiera que esto quede claro—), sino lo que eligieron jugar a dos puntas,
jugarla de defensores de una definición estéril de la palabra democracia sin pronunciarse hasta tener
el diario del lunes. E incluso entonces, hacerlo de un modo serpentino, para no
molestar demasiado ni generarse conflicto alguno que vaya contra sus intereses.
No, mis amigos, estos de los que
les hablo, están muy tristes esta noche. Con alguno o alguna nos habíamos
distanciado y estas últimas semanas el compromiso político nos volvió a
acercar. Con otros nos conocimos mejor a través de ese ida y vuelta de ideas y se reforzaron simpatías e intuiciones. Con alguna nos dimos un abrazo larguísimo
el día después de la primera vuelta para soportar la tristeza que todavía
intentábamos asimilar.
Por eso mismo, estuvimos cerca
esta noche, cuando el resultado era adverso. Porque reconocíamos en el otro la convicción
verdadera, la que no se acomoda a las conveniencias, la que no repara en quien
nos podrá cerrar alguna puerta porque está del otro lado.
La elección presidencial del 2015
no trajo sólo tristeza. No para mí. Trajo el encuentro, el reencuentro y el
fortalecimiento de ciertos vínculos nobles. Y porque democracia, al final, significa poder
del pueblo. Por lo tanto, vivir en democracia exige una implicación, un
compromiso. Exige nobleza. Y la nobleza no dura cuatro años. No tiene
alternancia.
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