lunes, 23 de noviembre de 2015

| democracia |



  
Rise. You can't be neutral on a moving train.
—Pearl Jam

Estos no son —necesariamente— mis amigos; es decir, algunos lo son, con algunos de ellos hemos compartido cervezas y lecturas y aventuras y risas y, por qué no, algún golpe. Es decir, amigos, o conocidos, esta es la gente con la que hicimos la verdadera democracia: compartimos charlas en una pizzería, o en un auto, o por teléfono, o mientras esperábamos una lectura; gente con la que nos pasábamos noticias y datos, y aliento de muro a muro, exponiendo ideas e intentando aclarar lo que ciertos medios embarran. Es decir, algunos no son mis amigos, pero también lo son en cierto modo, porque es gente que entendió que en esta elección más que nunca no se podía permanecer al margen.

Pero más que nada, es la gente —al menos, la gente con la que yo tuve contacto seguido— que nunca tuvo miedo de decir Acá estoy yo, este soy yo, esto es lo que pienso, este es el país que quiero, este es el gobierno que elijo, y estas son mis razones

Podemos compartir el todo, a veces sólo una parte. Pero ellos entendían que cuando hay tanto en juego, la especulación es propia de los arribistas (que no son los que votaron al Otro, eh —quisiera que esto quede claro—), sino lo que eligieron jugar a dos puntas, jugarla de defensores de una definición estéril de la palabra democracia sin pronunciarse hasta tener el diario del lunes. E incluso entonces, hacerlo de un modo serpentino, para no molestar demasiado ni generarse conflicto alguno que vaya contra sus intereses.

No, mis amigos, estos de los que les hablo, están muy tristes esta noche. Con alguno o alguna nos habíamos distanciado y estas últimas semanas el compromiso político nos volvió a acercar. Con otros nos conocimos mejor a través de ese ida y vuelta de ideas y se reforzaron simpatías e intuiciones. Con alguna nos dimos un abrazo larguísimo el día después de la primera vuelta para soportar la tristeza que todavía intentábamos asimilar.

Por eso mismo, estuvimos cerca esta noche, cuando el resultado era adverso. Porque reconocíamos en el otro la convicción verdadera, la que no se acomoda a las conveniencias, la que no repara en quien nos podrá cerrar alguna puerta porque está del otro lado.

La elección presidencial del 2015 no trajo sólo tristeza. No para mí. Trajo el encuentro, el reencuentro y el fortalecimiento de ciertos vínculos nobles. Y porque democracia, al final, significa poder del pueblo. Por lo tanto, vivir en democracia exige una implicación, un compromiso. Exige nobleza. Y la nobleza no dura cuatro años. No tiene alternancia.


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