lunes, 26 de mayo de 2014

| pretensión de utilidad |

Hubo un tiempo en el que la escritura fluía, imparable como la cantidad de libros que quedaban agotados sobre la mesa de luz. Luego, comenzaron las publicaciones. La primera, un libro de cuentos, me empujó de manera casi inmediata a mejorarme. Luego, otros cuentos, otras novelas publicadas, fueron sumando ladrillos a una pared que en un momento se plantó frente a mí: ahora hay gente leyéndote. Ese fue el principio de un silencio a medias: muchos comienzos literarios que no fecundaban.

Hasta que el cambio de año me encontró escribiendo con una concentración y un ataque que hacía tiempo no sentía. Creo que tiene algo que ver con que, por primera vez, no me pesa la idea de que lo que estoy haciendo vaya a publicarse tarde, temprano o tal vez nunca. No tengo necesidad de saber que será un libro y que llegará a muchos lectores. Sé que estoy produciendo en cantidad, y que es probable que una parte de eso nunca sea leída por nadie, y —como nunca antes  está bien. Al dejar de lado el objetivo de asegurar la publicación, escribo con una energía renovada, con el gusto de sentir la escena, como hace rato que no me pasaba.
Caminar durante el atardecer todos los días durante los últimos meses ha contribuido también, casi como metáfora, porque no camino para ir a ninguna parte, no hay fin práctico, solo el placer del andar, de despejarme de algunas ideas mientras me tropiezo con otras. Hay algo completamente liberador en el sacarse de encima toda pretensión de utilidad.


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