Mirando la tarde
pasar en un barcito por Corrientes me acordé de vos. Pero me acordé de vos esa tarde, en otro bar, hablando de la
vida, de cómo nos seguíamos reencontrando a pesar de las circunstancias y las
intenciones.
Estábamos en una
mesita afuera, con la caída de las últimas luces de fondo. Se acercó un chico, no nos
pidió plata, quería participar de lo que estábamos picando. Le clavó la mirada
a las aceitunas, pero pidió papas fritas. Vos lo intuiste. Te quise por
intuirlo. Le armaste con servilletas un paquetito destartalado mientras le
hablabas como a un par, sin condescendencias, sin querer sacar chapa de progre
ni de conciencia social. Yo me quedé callado, no podía hacer otra cosa que
mirar con fascinación.
Che, dejanos alguna para nosotros,
le dijiste cuando empezó a vaciar el plato de las aceitunas. El
chico sonrió, pillo. Había un código establecido. Lo único que pude
aportar yo fue un refuerzo de servilletas para que el paquete quedara un
poco más armado.
Y te tomaste un
momento más para animarlo a probar las aceitunas negras y explicarle cuál era
la diferencia de sabor.
Después te
saludó, nos saludó a los dos, pero solo por timidez. Y se fue.
Hoy pienso en
ese momento con una cálida nostalgia, nostalgia de ese compañerismo
callado, nostalgia de esa ausencia de panfleto mientras la vida
transcurría en algún nodo invisible entre el
chico, vos, y yo, con la caída de la tarde de fondo y las luces que
siempre se están
apagando en alguna parte.
#
No hay comentarios:
Publicar un comentario