domingo, 19 de octubre de 2014

| bar |


Mirando la tarde pasar en un barcito por Corrientes me acordé de vos. Pero me acordé de vos esa tarde, en otro bar, hablando de la vida, de cómo nos seguíamos reencontrando a pesar de las circunstancias y las intenciones.
Estábamos en una mesita afuera, con la caída de las últimas luces de fondo. Se acercó un chico, no nos pidió plata, quería participar de lo que estábamos picando. Le clavó la mirada a las aceitunas, pero pidió papas fritas. Vos lo intuiste. Te quise por intuirlo. Le armaste con servilletas un paquetito destartalado mientras le hablabas como a un par, sin condescendencias, sin querer sacar chapa de progre ni de conciencia social. Yo me quedé callado, no podía hacer otra cosa que mirar con fascinación.
Che, dejanos alguna para nosotros, le dijiste cuando empezó a vaciar el plato de las aceitunas. El chico sonrió, pillo. Había un código establecido. Lo único que pude aportar yo fue un refuerzo de servilletas para que el paquete quedara un poco más armado.
Y te tomaste un momento más para animarlo a probar las aceitunas negras y explicarle cuál era la diferencia de sabor.
Después te saludó, nos saludó a los dos, pero solo por timidez. Y se fue. 
Hoy pienso en ese momento con una cálida nostalgia, nostalgia de ese compañerismo callado, nostalgia de esa ausencia de panfleto mientras la vida transcurría en algún nodo invisible entre el chico, vos, y yo, con la caída de la tarde de fondo y las luces que siempre se están apagando en alguna parte.

#
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario