domingo, 5 de octubre de 2014

| sueño |


En el sueño aparecía un productor farsante que necesitaba realizar un documental. Sobre música, proponía, e íbamos en auto recorriendo el under porteño, mirando tocar a muchas bandas diferentes, algunas mejores, otras peores, todas demasiado parecidas entre sí. Sobre literatura, decía después, y hacíamos otra vuelta por una serie de eventos literarios, buscando una personalidad interesante que no hubiera sido descubierta. El desfile de egos y máscaras vienesas terminaba por desanimarnos.

En un momento determinado, se hacía de día y nos encontrábamos a Marcelo Bielsa caminando por la calle. Le ofrecíamos subir al auto y alcanzarlo a algún lado. Yo me pasaba al asiento de atrás. En medio del camino, Bielsa contaba que en sus tiempos de futbolista, si bien era defensor, él nunca cometía una falta. "Yo corría al rival toda la cancha si era necesario, y hacía un esfuerzo superlativo por adelantarlo y sacarle la pelota, pero nunca lo tocaba, porque primero estaba el respeto a la persona, después la jugada". Veíamos videos de Bielsa haciendo corridas imposibles con tal de llegar a la pelota sin arriesgar la integridad del contrario. Era admirable cuando lo lograba, y aún más admirable cuando el rival se le escapaba. Bielsa podía perder un mano a mano, pero nunca la nobleza.

El productor farsante se relamía pensando que ya teníamos el documental. Yo miraba a Bielsa hablar, fascinado. Quería que fuera el padre que dos años atrás había dejado de tener.


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