«Juntas dos
cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo
advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.»
Eso dice el
comienzo de la primera de las tres partes que conforman el último libro de
Julian Barnes.
Libro que retomé
hace un rato, que había dejado a medio leer el año pasado, quizás por
incapacidad de enfoque, tal vez por exceso de adrenalina, no lo sé. Desde hace
unas semanas, sin embargo, vengo devorando libros como hacía años que no me
pasaba. Oculto y postergado en una pila estaba Barnes. El reencuentro se perfilaba
cálido y amable, como ocurre con un viejo amigo. Apenas dos páginas después del
punto en el que se había fosilizado el índice, me encontré una mención al
pintor Odilon Redon.
Lo había
olvidado, ¿cómo podía haberlo olvidado? Nuestro descubrimiento en la Avenida
Corrientes, allá por el 2007. Mirábamos libros de arte, pasando por lugares
relativamente comunes: Gauguin, Monet, Kandinsky. Y de repente, ese libro negro
con el cíclope en portada. Un nombre que ninguno de los dos había escuchado
jamás: Odilon Redon. Dejaste a varios de los sospechosos de siempre para
enamorarte de ese estilo que parecía, en cierto modo, lejano a todo tiempo, a
toda cronología. Juntamos billetes entre los dos y lo llevaste.
«Juntas dos
cosas que no se habían juntado antes; y a veces funciona y otras veces no.»
Eso dice el
comienzo de la segunda parte del libro.
Yo nunca creí,
ni por un minuto, que las relaciones fracasen. Es una mirada materialista. Las relaciones
suceden; lo intenso y lo genuino, lo que no se parece a un simulacro, ocurre durante
un tiempo; una noche, un mes, diez años: es irrelevante. Las cosas terminan. No
se puede evaluar una relación por el nivel de las bajezas en que las partes incurren
en el momento que rodea a la desidia final; creo que más bien al contrario, el
tenor de un vínculo debería medirse por la altura que dos personas alcanzan juntas
durante los momentos más fértiles.
Hoy encontré
esta mención a Odilon Redon. Creo que lo había olvidado, aplastado él y su
cíclope por tanta vida durante estos últimos años. Las fechas son datos, los
datos son el ancla del pasado, desde dónde se reconstruye lo que de otra manera
no sería más que una bruma de percepciones a media opacidad.
Vengo a
encontrar el nombre de aquel pintor anacrónico en las páginas de un libro que
retomo justo cuando comienza a correr el día de tu cumpleaños. Creo en las
casualidades, no creo en los llamados cósmicos. Y creo que alguna vez fuiste la
mujer de mi vida, y luego nos separamos y cada uno siguió su camino. Creo que
es posible que en alguna librería de la Avenida Corrientes, otra pareja, jóvenes
ellos como lo fuimos nosotros, repase en este mismo momento las reproducciones
de Odilon, incapaces de disimular la sorpresa, sonriendo en alguna clase de
complicidad efímera.
La tercera parte
del libro de Barnes dice:
«Juntas a dos
personas que nunca habían estado juntas (…) Después, tarde o temprano, en algún
momento, por una razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece
es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizás matemáticamente imposible,
pero es emocionalmente posible.»
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